sábado, 24 de septiembre de 2022

Los que se benefician deben pagar, pero bien.

               Un compañero de mi época de concejal del Ayuntamiento de Getxo solía decir que lo más barato es lo que se paga con dinero. Con ello, pretendía reivindicar la claridad y simplicidad en los asuntos en los que había dinero por medio. El “hoy por ti, mañana por mí” o “favor con favor se paga” están bien en el ámbito privado, pero en “la cosa pública” es mucho mejor llamar a las cosas por su nombre porque aquello que necesita de muchas explicaciones, en un buen número de los casos, oculta algo que no se quiere o no se “puede” contar.

        Viene esto a cuento de los nuevos “gravámenes temporales energético y de entidades de crédito y establecimientos financieros de crédito” que el PSOE y Unidas Podemos quieren implantar en el Estado y que recientemente pasaron su primer trámite en el Congreso de los Diputados. Esta iniciativa pone de manifiesto las carencias de nuestro sistema fiscal y, sobre todo, la falta de voluntad de la clase política para devolver a este sistema los niveles de justicia y equidad que se pretendía en la reforma fiscal aprobada en los primeros años de la, cada vez más cuestionada, “transición a la democracia”. Quizás lo que se está viendo es que, también en los temas fiscales, la transición se ha ido desmontando día a día para regocijo de los que nunca dejaron de ejercer realmente el poder.

            La primera explicación que debieran dar los autores de esta iniciativa es porqué formando PSOE y Unidas Podemos coalición en el Gobierno del Estado la propuesta no se ha realizado por éste. El motivo, desde mi punto de vista, es claro: ahorrarse informes internos previos. Unos informes que hubiesen retrasado su presentación, pero que, sin duda, hubiesen evitado un buen número de enmiendas en una tramitación en la que, casi con toda seguridad, lo que acabe aprobándose no tendrá de la propuesta original nada más que el populista nombre con el que se vendió la iniciativa “impuesto sobre beneficios extraordinarios de las eléctricas y la banca”. Porque, en mi opinión, la iniciativa es mala. Y no porque yo esté en contra de que eléctricas y bancos paguen más impuestos, no. Es mala porque ni se grava lo que se dice que se va a gravar (beneficios extraordinarios), ni se utilizan figuras impositivas ya existentes (impuesto sobre sociedades) ni recae sobre todos los sectores o empresas que se pudieran estar beneficiando de la inflación o de la crisis (por ejemplo, el de la distribución alimentaria).

            Parecería lógico que, si lo que se quiere gravar son beneficios extraordinarios, la base imponible fuesen los beneficios y no las ventas como se propone y también que, siendo el impuesto sobre sociedades un impuesto proporcional como es, a más beneficios debieran corresponder más impuestos en la proporción marcada por su tipo impositivo. Sin embargo, los proponentes de estos nuevos “gravámenes” argumentan que el impuesto de sociedades no generaría los resultados requeridos porque “los beneficios empresariales son objeto de numerosos ajustes para determinar la base imponible y, además, la carga fiscal se ve condicionada por la aplicación de incentivos fiscales, regímenes fiscales y créditos fiscales procedentes de ejercicios anteriores”. Una afirmación que pone de manifiesto el gran número de vías existentes para que las empresas acaben pagando muchos menos impuestos de los que en teoría debieran pagar. Resulta curioso que dos formaciones denominadas de izquierdas, lejos de taponar esas vías y simplificar un sistema tributario enrevesado, en el que se mueven como pez en el agua los expertos en la ingeniería fiscal, añadan nuevos elementos a la maraña de instrumentos con los que las distintas Administraciones Públicas nutren sus arcas.

Pero, hacer las cosas bien resulta complicado y es más fácil seguir adelante y decir que ”se puede establecer una prestación pública de naturaleza no tributaria…. de tal manera que determinados grandes grupos económicos realicen una aportación económica obligatoria que graven y, en consecuencia, reduzca sus beneficios empresariales, contribución que, además, permitirá reforzar la acción pública dotándola de recursos públicos adicionales para el sostenimiento del pacto de rentas respecto a los más desfavorecidos”. Si además se añade que “los sectores en los que la subida de precios puede incrementar en mayor medida sus beneficios son el sector eléctrico, gasista y petrolero y el de las entidades de crédito” ya se tiene el argumentario completo para afirmar políticamente que los costes que origina la inflación en la sociedad se van a repartir equitativamente en un pacto de rentas entre las rentas de trabajo, que van a ver afectado su poder adquisitivo, y los poderosos que se están beneficiando de la inflación.

Sin embargo, los datos demuestran que los sectores mencionados en la propuesta  no son los únicos que se están beneficiando del aumento de los precios. De hecho, el sector alimentario ha relevado al sector energético y explica casi 2,5 puntos del IPC hasta agosto y creo que nadie pensará que con ello no van a tener también beneficios extraordinarios las grandes cadenas de distribución. Tampoco la prestación pública que se pretende establecer carece de carácter tributario en la medida que su pago es exigido sin contraprestación y su hecho imponible está constituido por hechos que ponen de manifiesto la capacidad económica del contribuyente y eso, según la Ley General Tributaria, es la definición de impuesto.

En mi opinión, si se hubiese querido que el objetivo recaudatorio planteado por los proponentes fuese pagado por las empresas, se hubiese podido incluir en el impuesto sobre sociedades un recargo transitorio sobre los beneficios contables que se hubiesen determinado como extraordinarios (esa es otra: determinar que es extraordinario), sin que esta cuantía pudiese ser objeto de compensación ni deducción alguna. Parece que la Comisión Europea también quiere implantar un impuesto sobre los beneficios extraordinarios del sector eléctrico, veremos cómo encaja técnicamente el Gobierno la voluntad de los partidos que lo componen y la de la Unión Europea y cómo hacen después de eso para justificar el ámbito de aplicación de su actual propuesta exclusivamente a la banca y no a otros sectores económicos.

Por otra parte, no vale con decir que los efectos de la inflación no pueden pagarlos sólo las rentas de trabajo y que también deben de hacerlo las de capital, con lo que estoy de acuerdo. Además de decir hay que hacer y hacerlo bien y, quizás, los medios empleados no son los mejores para conseguir los objetivos o cuando menos no son los únicos para poner en práctica lo pretendido. Josu Jon Imaz, Consejero Delegado de Repsol y ex presidente del EBB de EAJ/PNV, a finales de agosto en un periódico estatal, pidió a los gobernantes que, si su discurso es que los ricos paguen más “sean valientes, suban el IRPF y las rentas de capital y graven al que tiene dinero”. Y estoy de acuerdo con él, las tres herramientas que un gobierno de izquierdas puede utilizar, si quiere realmente que los ricos paguen más, son subir los tipos marginales del IRPF, equiparar en el IRPF las rentas de trabajo y las de capital e incidir más en que el impuesto sobre el Patrimonio contribuya a una auténtica redistribución de la riqueza. Si un euro percibido por el esfuerzo trabajo personal es igual a la hora de hacer la compra que un euro procedente de vivir de las rentas no tiene sentido que su tributación sea distinta. Esta diferencia tributaria hizo que, en Bizkaia en 2019, último año con datos publicados, los titulares de rentas de capital se ahorrasen en el IRPF 230 millones de euros por lo que a nivel del Estado mantener esta diferenciación tributaria podría llegar a 7.000 millones, el doble que los 3.500 millones/año que se quieren recaudar con los gravámenes a las eléctricas y a la banca propuestos por PSOE y Unidas Podemos.

Es necesario paliar los efectos que la inflación, en honor a su sobrenombre de impuesto de los pobres, provoca en los más desfavorecidos. Pero, por favor, hágase con rigor y siendo coherentes con los objetivos propuestos en los discursos, aprovechando para adoptar medidas encaminadas a reformar el sistema fiscal. Cuantas más figuras tenga, cuanto menos claro sea, cuantas más veces se cambie, más fácil lo tendrán los expertos en ingeniería fiscal para encontrar una vía de escape y no pagar lo que debieran. Hágase sencillo y equitativo. Y barato. Y que los que se enriquecen paguen, con dinero, claro.

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Nota: Este artículo fue publicado por DEIA y otros periódicos del Grupo Noticias el 3 de octubre de 2022


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