Seguro
que todos hemos jugado alguna vez. A dos; agua. Jota seis; tocado; Jota siete;
hundido…Sí es el famoso juego de barcos. Un pasatiempo inofensivo al que se
puede jugar con dos cuartillas de papel y dos lapiceros, a pesar de que algunas
empresas jugueteras lo hayan sofisticado y empaquetado bajo el nombre de
“Batalla naval” o, incluso con nombres o portadas más belicosas con el fin de
hacer “más atractivo” algo que, se supone, todavía es un juego.
Pero
las batallas navales reales no son un juego, y los portaaviones como el que
atracó el pasado domingo en Getxo, tampoco. Son instrumentos de guerra. En
teoría pensados para la defensa del país cuya bandera ondean pero, en realidad
herramientas dispuestas a hundir enemigos en la mar, en tierra o en el aire.
Por ello, es importante que la ciudadanía considere dichos elementos como
peligrosos y no aptos para el disfrute en tiempo de ocio como si se tratasen de
atracciones de un parque temático. Por ello es importante que la educación a
nuestros jóvenes se haga en valores de paz y no de guerra. Y, por supuesto, resulta
imprescindible que, de existir, los ejércitos estén plenamente convencidos de
que su misión es servir a la sociedad que les mantiene con sus impuestos, sin
que haya el mínimo resquicio a que dicha sociedad se vea apuntada por sus
cañones.