viernes, 11 de noviembre de 2016

Trump, Colombia, Brexit: ¿hay tanto tonto suelto?


“El primer martes después del primer lunes” deparó el inesperado triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, el mes pasado Colombia rechazó el acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC que ponía fin a más de 50 años de conflicto armado, anteriormente la mayor parte de Europa y gran parte del Reino Unido quedó estupefacta ante la decisión de los británicos de votar sí en el referéndum en contra de su permanencia en la Unión Europea. Llevamos ya una temporada importante en la que los medios de comunicación y las empresas dedicadas a la demoscopia ven como sus predicciones son rechazadas, una tras otra, cada vez que ciudadanos de diversas partes del mundo son citados a las urnas. ¿Será que el virus del atolondramiento se ceba con los ciudadanos que van a votar? ¿Y si es que no?

Pasó también en las últimas elecciones generales donde las empresa dedicadas a los sondeos pronosticaron un sorpaso de Podemos que no fue tal. Salvo en las elecciones vascas, hace tiempo que nadie es capaz de pronosticar con un nivel de acierto aceptable los resultados en una cita electoral. Es tal la situación de incertidumbre continúa con los sondeos que también en los Estados Unidos había quienes planteaban en los días previos a la elección que quizás las encuestas esta vez tampoco acertarían. Y así fue.


Pero parece que, a pesar de que ya llevamos unos cuantos errores, los análisis poselectorales siguen "erre que erre" analizando los resultados desde la corrección ética y política diciendo: esto no puede ser. No puede ser que las mujeres, los hispanos, los afroamericanos y la gente que quiere un mundo mejor hayan apoyado a un impresentable machista, racista y fascista como Trump. No puede ser que alguien quiera seguir con un conflicto cuando se está a punto de firmar la paz que ha causado millares de muertos durante varias generaciones. No puede ser que los jubilados británicos impidan que sus nietos puedan disfrutar de las ventajas de pertenecer a la Unión Europea y les condenen al aislacionismo. No puede ser. Pero es. Una y otra vez. ¿Alguien ha analizado las causas de por qué un número importante de mujeres, hispanos y norteamericanos votaron a Trump? ¿Alguien se ha preguntado si existía algún motivo para que la mayoría de los colombianos que acudieron a las urnas rechazasen el acuerdo propuesto por el Presidente Santos? ¿Alguien se ha puesto a analizar por qué la mayoría de los jubilados británicos han preferido volver a viejo conocido rechazando la idea de más Europa? ¿Les han engañado? ¿Son tontos? Ya, todos son tontos. Nosotros no. ¿Quiénes somos nosotros para decir lo que puede o no puede hacer un ciudadano con su voto?

El miércoles leí varios cometarios que pretendían indagar en el por qué las encuestas han fallado en la victoria de Trump y fue precisamente uno de ellos, el escrito por Xabier Lapitz bajo el título “Trump” en el digital ORAIN, el que me llevó a escribir estas líneas. Acababa Xabier Lapitz con la siguiente frase: “Una consideración más: los sondeos, como ocurrió con el Brexit o con el Acuerdo de Paz en Colombia vuelven a patinar. Estos resultados apuntalan la tendencia populista en el mundo y a los populistas no les gusta decir que lo son cuando les encuestan. El resultado es el falso reforzamiento de lo políticamente correcto.”

Quizás aquí esté la respuesta a por qué las encuestas no aciertan: porque los entrevistados se apuntan a decir lo políticamente correcto cuando alguien les pregunta por sus preferencias. Es bastante obvio que no dicen lo que realmente piensan cuando les preguntan pero ¿por qué se apuntan a lo políticamente correcto? ¿No será quizás porque están hasta el gorro de manifestar públicamente su punto de vista contrario al ordenamiento oficial y ser tratados como parias por el núcleo de los infalibles sabelotodo y los acólitos loadores? La mayor parte de la gente no tiene ganas de líos, bastante tiene con sobrevivir al día a día de su problemática personal y, no lo neguemos, es más fácil esbozar una sonrisa ante una estupidez que liarse en convencer al otro de que su argumento no tiene razón de ser. Sobre todo cuando el contertulio es alguien que tiene poder en nuestro entorno o influencia en el mismo y puede tener la ocurrencia de transmitir semejante osadía al tribunal político corrector y ser condenado a la esquina de los críticos perennes, desde donde cualquier propuesta va directamente al cubo de la basura. Sonreír o callar. Pero el que calla no otorga. Simplemente calla. Hasta que alguien le da la oportunidad de hablar en el entorno íntimo de una cabina electoral en el momento de seleccionar la papeleta con su voto. Como comentó el 28 de julio Michael Moore en su artículo titulado “Cinco razones por las que Trump va a ganar las elecciones”, uno de los que leí el miércoles, la cabina electoral es “uno de los pocos sitios que quedan en esta sociedad en el que no hay ni cámaras de seguridad, ni dispositivos de escucha, ni parejas, ni hijos, ni jefes, ni policías, ni siquiera límite de tiempo. Puedes pasarte ahí dentro el tiempo que te apetezca y nadie puede obligarte a hacer nada. Puedes votar al partido que quieras o a Mickey Mouse y al Pato Donald. No hay reglas.” Pues eso.

No tengo conocidos ni en Estados Unidos, ni en Colombia, ni en el Reino Unido y por lo tanto no conozco de primera mano qué le piden a la vida sus habitantes. En mi entorno la gente aspira a tener un trabajo que le permita vivir con dignidad, a ser feliz con su familia, a poder realizar algún viaje en sus vacaciones. A la gente de mi entorno le gusta disfrutar de sus amigos en los ratos de ocio. En el monte o en la playa. Alrededor de una mesa, en la calle o tomándose unas cañas en un partido de baloncesto, de fútbol o de rugby. Sin que nadie se lo prohíba y le diga lo que tiene que hacer, pensar, opinar o votar. Se consideran mayores de edad y no creen que deban estar todo el día tutelados por los prescriptores de lo políticamente correcto.

La gente de mi entorno no entiende que haya “listos” que se hagan millonarios con el dinero público, gracias a la privatización de empresas que antes debían ser un lastre y ahora, gerenciadas por las mismas personas, anuncian distribuciones de beneficios después de haberse embolsado pingües plusvalías. No entiende que hayan desaparecido las Cajas de Ahorros y ahora se anuncien Fondos de Inversión para canalizar los recursos de los ahorradores a los proyectos que generen empleo y desarrollen nuestro entorno, cuestión para la que, hace más de un siglo, nacieron las primeras. No entiende que Estatutos votados por la ciudadanía no se cumplan o sean cepillados por el Tribunal Constitucional. No entiende que, todavía ayer se publicase al mismo tiempo que "Bruselas eleva a 7.700 millones el ajuste por déficit del estado" y "Las fortunas de los más ricos se recuperan y suman 100 millones en el año, hasta superar los 4.300" sin que nadie de los "normales" haga nada por invertir esta tendencia creciente desde el inicio de la crisis y encima algunos reclamen más Europa.

La situación no parece ser distinta en las entidades, como los partidos políticos, con poder para hacer que las cosas cambien. Conozco mucha gente que no entiende que quienes han mantenido su palabra y han votado “no” a Mariano Rajoy vayan a ser sancionados por el partido que en campaña electoral pretendía desactivar las políticas impulsadas durante la pasada legislatura. Conozco a militantes de partidos políticos que han preguntado a sus dirigentes por las causas de la baja participación entre su militancia y la respuesta ha sido atribuírselo a la tranquilidad de pertenecer a un partido fuerte y unido. Conozco a quienes han planteado debates en sus partido sobre temas tan transcendentales en la actualidad como el futuro de las pensiones y se les ha respondido que eso no corresponde a la militancia, sino a la ejecutiva del partido.

El partido está fuerte y unido, las pensiones son cosas de la ejecutiva, el bien de España requiere que no votemos “no”, los ricos generan empleo y por eso no se les puede subir los impuestos, hay que cumplir el objetivo de déficit, Cataluña no puede ser una nación, Euskadi tiene muchos privilegios, los Cajas de Ahorros han desestabilizado la economía española y Europa exige que acabemos con ellas y que el sector financiero esté en manos de  los banqueros, no es bueno tener empresas públicas hay que privatizarlas, no se puede tomar una cerveza mientras se disfruta de un espectáculo deportivo porque da mala imagen… Podía seguir un buen rato señalando decisiones “políticamente correctas” contrarias a las expectativas de mi entorno que, al no ser ni una ni dos, hace que entre las personas que conozco, afectadas por ellas, vaya creciendo el número de los que sonríen o se callan cuando les encuestan por este tipo de cuestiones. Prefieren, ellos también, ser políticamente correctos y esperar a encontrase en la cabina electoral sin cámaras de seguridad, ni dispositivos de escucha, ni parejas, ni hijos, ni jefes, ni policías, ni límite de tiempo, ni nadie puede obligarles a hacer nada, para votar al partido que quieran.


En lo que a mí respecta, no sé si alguien opinará que yo también me he vuelto tonto con este artículo, que soy un populista o que con mis opiniones le hago el juego a la extrema derecha, o a la extrema izquierda, o no se sabe muy bien a quien. Pero, mis amigos pueden estar tranquilos. Seguiré aportando mi otro punto de vista en los debates sobre los problemas de mi entorno y cuando entre en la cabina electoral estad seguros de que no elegiré la papeleta de Trump.

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