“El
primer martes después del primer lunes” deparó el inesperado triunfo de Donald
Trump en las elecciones de Estados Unidos, el mes pasado Colombia rechazó el
acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC que ponía fin a más de 50 años de
conflicto armado, anteriormente la mayor parte de Europa y gran parte del Reino
Unido quedó estupefacta ante la decisión de los británicos de votar sí en el
referéndum en contra de su permanencia en la Unión Europea. Llevamos ya una
temporada importante en la que los medios de comunicación y las empresas
dedicadas a la demoscopia ven como sus predicciones son rechazadas, una tras
otra, cada vez que ciudadanos de diversas partes del mundo son citados a las
urnas. ¿Será que el virus del atolondramiento se ceba con los ciudadanos que
van a votar? ¿Y si es que no?
Pasó
también en las últimas elecciones generales donde las empresa dedicadas a los
sondeos pronosticaron un sorpaso de Podemos que no fue tal. Salvo en las
elecciones vascas, hace tiempo que nadie es capaz de pronosticar con un nivel
de acierto aceptable los resultados en una cita electoral. Es tal la situación
de incertidumbre continúa con los sondeos que también en los Estados Unidos
había quienes planteaban en los días previos a la elección que quizás las
encuestas esta vez tampoco acertarían. Y así fue.
Pero
parece que, a pesar de que ya llevamos unos cuantos errores, los análisis poselectorales
siguen "erre que erre" analizando los resultados desde la corrección
ética y política diciendo: esto no puede ser. No puede ser que las mujeres, los
hispanos, los afroamericanos y la gente que quiere un mundo mejor hayan apoyado
a un impresentable machista, racista y fascista como Trump. No puede ser que
alguien quiera seguir con un conflicto cuando se está a punto de firmar la paz
que ha causado millares de muertos durante varias generaciones. No puede ser
que los jubilados británicos impidan que sus nietos puedan disfrutar de las
ventajas de pertenecer a la Unión Europea y les condenen al aislacionismo. No
puede ser. Pero es. Una y otra vez. ¿Alguien ha analizado las causas de por qué
un número importante de mujeres, hispanos y norteamericanos votaron a Trump?
¿Alguien se ha preguntado si existía algún motivo para que la mayoría de los
colombianos que acudieron a las urnas rechazasen el acuerdo propuesto por el
Presidente Santos? ¿Alguien se ha puesto a analizar por qué la mayoría de los
jubilados británicos han preferido volver a viejo conocido rechazando la idea
de más Europa? ¿Les han engañado? ¿Son tontos? Ya, todos son tontos. Nosotros
no. ¿Quiénes somos nosotros para decir lo que puede o no puede hacer un ciudadano
con su voto?
El
miércoles leí varios cometarios que pretendían indagar en el por qué las
encuestas han fallado en la victoria de Trump y fue precisamente uno de ellos,
el escrito por Xabier Lapitz bajo el título “Trump” en
el digital ORAIN, el que me llevó a escribir estas líneas. Acababa Xabier
Lapitz con la siguiente frase: “Una
consideración más: los sondeos, como ocurrió con el Brexit o con el Acuerdo de
Paz en Colombia vuelven a patinar. Estos resultados apuntalan la tendencia
populista en el mundo y a los populistas no les gusta decir que lo son cuando
les encuestan. El resultado es el falso reforzamiento de lo políticamente
correcto.”
Quizás
aquí esté la respuesta a por qué las encuestas no aciertan: porque los
entrevistados se apuntan a decir lo políticamente correcto cuando alguien les
pregunta por sus preferencias. Es bastante obvio que no dicen lo que realmente
piensan cuando les preguntan pero ¿por qué se apuntan a lo políticamente
correcto? ¿No será quizás porque están hasta el gorro de manifestar
públicamente su punto de vista contrario al ordenamiento oficial y ser tratados
como parias por el núcleo de los infalibles sabelotodo y los acólitos loadores?
La mayor parte de la gente no tiene ganas de líos, bastante tiene con
sobrevivir al día a día de su problemática personal y, no lo neguemos, es más
fácil esbozar una sonrisa ante una estupidez que liarse en convencer al otro de
que su argumento no tiene razón de ser. Sobre todo cuando el contertulio es
alguien que tiene poder en nuestro entorno o influencia en el mismo y puede
tener la ocurrencia de transmitir semejante osadía al tribunal político
corrector y ser condenado a la esquina de los críticos perennes, desde donde
cualquier propuesta va directamente al cubo de la basura. Sonreír o callar.
Pero el que calla no otorga. Simplemente calla. Hasta que alguien le da la
oportunidad de hablar en el entorno íntimo de una cabina electoral en el
momento de seleccionar la papeleta con su voto. Como comentó el 28 de julio Michael
Moore en su artículo titulado “Cinco razones por las que Trump va a
ganar las elecciones”, uno de los que leí el miércoles, la
cabina electoral es “uno de los pocos
sitios que quedan en esta sociedad en el que no hay ni cámaras de seguridad, ni
dispositivos de escucha, ni parejas, ni hijos, ni jefes, ni policías, ni
siquiera límite de tiempo. Puedes pasarte ahí dentro el tiempo que te apetezca
y nadie puede obligarte a hacer nada. Puedes votar al partido que quieras o a
Mickey Mouse y al Pato Donald. No hay reglas.” Pues eso.
No
tengo conocidos ni en Estados Unidos, ni en Colombia, ni en el Reino Unido y
por lo tanto no conozco de primera mano qué le piden a la vida sus habitantes. En
mi entorno la gente aspira a tener un trabajo que le permita vivir con
dignidad, a ser feliz con su familia, a poder realizar algún viaje en sus
vacaciones. A la gente de mi entorno le gusta disfrutar de sus amigos en los
ratos de ocio. En el monte o en la playa. Alrededor de una mesa, en la calle o
tomándose unas cañas en un partido de baloncesto, de fútbol o de rugby. Sin que
nadie se lo prohíba y le diga lo que tiene que hacer, pensar, opinar o votar.
Se consideran mayores de edad y no creen que deban estar todo el día tutelados
por los prescriptores de lo políticamente correcto.
La
gente de mi entorno no entiende que haya “listos”
que se hagan millonarios con el dinero público, gracias a la privatización de
empresas que antes debían ser un lastre y ahora, gerenciadas por las mismas
personas, anuncian distribuciones de beneficios después de haberse embolsado
pingües plusvalías. No entiende que hayan desaparecido las Cajas de Ahorros y
ahora se anuncien Fondos de Inversión para canalizar los recursos de los
ahorradores a los proyectos que generen empleo y desarrollen nuestro entorno,
cuestión para la que, hace más de un siglo, nacieron las primeras. No entiende
que Estatutos votados por la ciudadanía no se cumplan o sean cepillados por el
Tribunal Constitucional. No entiende que, todavía ayer se publicase al mismo
tiempo que "Bruselas eleva a 7.700 millones el ajuste por déficit del
estado" y "Las fortunas de los más ricos se recuperan y suman 100
millones en el año, hasta superar los 4.300" sin que nadie de los
"normales" haga nada por invertir esta tendencia creciente desde el
inicio de la crisis y encima algunos reclamen más Europa.
La
situación no parece ser distinta en las entidades, como los partidos políticos,
con poder para hacer que las cosas cambien. Conozco mucha gente que no entiende
que quienes han mantenido su palabra y han votado “no” a Mariano Rajoy vayan a
ser sancionados por el partido que en campaña electoral pretendía desactivar
las políticas impulsadas durante la pasada legislatura. Conozco a militantes de
partidos políticos que han preguntado a sus dirigentes por las causas de la
baja participación entre su militancia y la respuesta ha sido atribuírselo a la
tranquilidad de pertenecer a un partido fuerte y unido. Conozco a quienes han
planteado debates en sus partido sobre temas tan transcendentales en la actualidad
como el futuro de las pensiones y se les ha respondido que eso no corresponde a
la militancia, sino a la ejecutiva del partido.
El
partido está fuerte y unido, las pensiones son cosas de la ejecutiva, el bien
de España requiere que no votemos “no”, los ricos generan empleo y por eso no se
les puede subir los impuestos, hay que cumplir el objetivo de déficit, Cataluña
no puede ser una nación, Euzkadi tiene muchos privilegios, los Cajas de Ahorros
han desestabilizado la economía española y Europa exige que acabemos con ellas
y que el sector financiero esté en manos de
los banqueros, no es bueno tener empresas públicas hay que
privatizarlas, no se puede tomar una cerveza mientras se disfruta de un
espectáculo deportivo porque da mala imagen… Podía seguir un buen rato
señalando decisiones “políticamente correctas” contrarias a las expectativas de
mi entorno que, al no ser ni una ni dos, hace que entre las personas que
conozco, afectadas por ellas, vaya creciendo el número de los que sonríen o se
callan cuando les encuestan por este tipo de cuestiones. Prefieren, ellos
también, ser políticamente correctos y esperar a encontrase en la cabina
electoral sin cámaras de seguridad, ni dispositivos de escucha, ni
parejas, ni hijos, ni jefes, ni policías, ni límite de tiempo, ni nadie puede
obligarles a hacer nada, para votar al partido que quieran.
En
lo que a mí respecta, no sé si alguien opinará que yo también me he vuelto
tonto con este artículo, que soy un populista o que con mis opiniones le hago
el juego a la extrema derecha, o a la extrema izquierda, o no se sabe muy bien
a quien. Pero, mis amigos pueden estar tranquilos. Seguiré aportando mi otro
punto de vista en los debates sobre los problemas de mi entorno y cuando entre
en la cabina electoral estad seguros de que no elegiré la papeleta de Trump.
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