Todavía está reciente en
Euskadi la presentación y retirada de los Presupuestos Generales para de la
Comunidad Autónoma para 2013, cuando todas las Instituciones están poniendo en
marcha, si no lo han hecho ya, la maquinaria para preparar los correspondientes
a 2014. A partir de ahora, volveremos a oír y leer sobre muchos de los tópicos
que se utilizan de forma habitual durante todo el proceso de elaboración y
discusión de la considerada como principal Ley, Norma u Ordenanza a aprobar en
el ejercicio.
Por
ello he creído conveniente desmitificar algunos de estos tópicos con la doble
intención de colaborar, en alguna medida, para que quienes erróneamente los
utilizan de una forma ventajista frente al desconocimiento de terceros, reparen
en el error de hacerlo y, por otra parte, para que quienes hasta ahora hayan podido
caer en “la trampa” posean argumentos con los que mejorar la discusión anual
sobre qué hacer con nuestros impuestos.
Primer “No”: No hay que conocer todos
los Ingresos.
El
presupuesto debe empezar a elaborarse con aquellos ingresos que razonablemente
se espera obtener de la ciudadanía. Ello nos permitirá lanzar las primeras
directrices sobre la cuantía global de los gastos a realizar y/o a analizar la
posibilidad de modificar la presión fiscal existente.
Es
más importante empezar con algo que no empezar.
Segundo “No”: No presuponer recortes
generalizados.
A
priori no debe descartarse ningún gasto. Es obvio que se debe transmitir con
claridad la situación económica y las consecuencias que de ella se derivan para
el gasto. El descarte solo debiera producirse después de analizar una lista
priorizada con la correspondiente tabla de objetivos, acciones e indicadores y
contrastarla con los ingresos previstos.
En
esta fase suele utilizarse frases de “café para todos” (no incrementos de
plantilla, bajada del capítulo 2 de n%, recorte generalizado de las inversiones…)
Error.
Evidentemente
es más fácil lanzar este tipo de mensajes que ponerse a analizar una por una
las partidas. Pero es esa la labor que se supone que tienen encomendada los
departamentos presupuestarios. Un ahorro de un 1% superfluo en una partida
importante puede ayudar a mantener un alto número de partidas pequeñas
con efecto en un número alto de ciudadanos.
Es
preferible, y más eficiente, analizar una lista que pueda parecer una “Carta a
los Reyes Magos” que recortar por recortar dejando vivas consignaciones
inútiles, y haciendo que otras consignaciones que quedan vivas sean inútiles
por la insuficiencia de sus créditos.
Tercer “No”: El presupuesto no nace
equilibrado.
Es
cierto que los ingresos y los gastos deben ser iguales en el momento de la
aprobación, pero la definición del presupuesto de ingresos y del presupuesto de
gastos, hace que, inicialmente el presupuesto tienda al superávit.
Veamos.
Las distintas normativas indican que el presupuesto de ingresos debe estar
formado por la estimación de los derechos de naturaleza pública o privada que
se prevean liquidar en el ejercicio. Para el presupuesto de gastos dicen que
debe recoger los créditos para hacer frente a las obligaciones que, como
máximo, se pueden reconocer en el ejercicio.
Por tanto, si no se han presupuestado ingresos
ficticios, y dado que el gasto es máximo, a lo largo del ejercicio irán
aflorando los ahorros en las distintas partidas, bien porque la suma de las
propuestas de gasto no alcanza el importe total consignado, bien porque las
distintas licitaciones se realizan a la baja.
En
definitiva cantidades disponibles: superávit.
Cuarto “No”: El presupuesto no es
inamovible.
Quizás
este sea el tópico que más desmitificado está. Todo el mundo sabe que se pueden
modificar. Lo importante, como tantas veces, es el cómo y el para qué.
Como
hemos visto antes, es normal la existencia de ahorros en las partidas y es
posible (últimamente parece que no) que existan nuevos ingresos no
presupuestados que permitan acometer nuevos gastos.
Por
eso, es importante tener una buena lista priorizada que sirva para ser
contrastada, también, con cantidad de nuevas demandas de apariencia urgente o
importante que suelen ir aflorando a lo largo del ejercicio y de este modo
poder elegir cuanto antes cuál de ellas acometer.
Salvo
que la opción sea devolver los ahorros en el ejercicio siguiente mediante una
bajada impositiva, los impuestos se pagan para recibir servicios no para
mantenerlos en una caja y, en la medida de lo posible, cuanto antes se haga
mejor. Lo agradecerán la ciudadanía que recibe los servicios, las empresas que los
producen y la economía en general.
Quinto “No”: La prórroga presupuestaria
no paraliza la actividad.
Es
evidente que la prórroga presupuestaria no es querida por nadie. Los
presupuestos son la expresión cifrada de la acción de gobierno para el
ejercicio correspondiente y su aprobación da a conocer a la ciudadanía cual
será esa acción.
Pero
cuando su aprobación es imposible, por falta de los acuerdos correspondientes, el
Gobierno no debe paralizar su actividad, salvo que presente la dimisión, y debe
intentar acometer aquellas medidas que forman parte de su programa y por las
cuales fue elegido. Le guste o no.
Será
el momento de los departamentos presupuestarios que tendrán que hacer un
esfuerzo de seguimiento y de control importante de cara a utilizar las herramientas
de las modificaciones presupuestarias, en el momento oportuno, para que la
gestión anual se parezca lo más posible a la propuesta inicial del Gobierno,
separándose de la mera administración continuista de los créditos prorrogados.
Se
da la circunstancia de que esta posibilidad es mucho más factible en épocas de
ajustes que en épocas de crecimientos presupuestarios.
La prórroga supone, en este sentido, una
oportunidad para el Gobierno de demostrar ante la ciudadanía que las medidas
por él propuestas son adecuadas para el bienestar general y así convencer a la
oposición de que su opción de forzar una prórroga no era conveniente para la sociedad.
Si tal cosa no se produjere, es evidente que no cabría otra salida que la
dimisión o, en su caso, la convocatoria electoral.
Resumen
La
prestación de servicios públicos requiere de un adecuado sistema de
presupuestación que permita una correcta asignación de los tributos que se
deben abonar por los ciudadanos a las distintas políticas de gasto posibles, con
la flexibilidad suficiente como para aprovechar los ahorros generados en el
ejercicio en la prestación de nuevos bienes, servicios o inversiones públicas,
sin que la no aprobación de los presupuestos suponga una excusa para que
quienes hayan sido elegidos por la ciudadanía rehúyan sus responsabilidades de
gobierno.
Todo
ello en base al cumplimiento de los objetivos para los cuales fueron elegidos y
de los que, obviamente, debieran de dar cuenta, cuando menos en la siguiente
cita electoral.
Estamos
entrando en otro tema que también está de actualidad: la transparencia. Pero, eso, es otro
tema.
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