"Parece
mentira que políticos españoles desconozcan el sistema político vasco".
Este comentario me lo hacía un amigo esta semana, en relación a las continuas
afirmaciones en foros políticos, y también en tertulias periodísticas, en torno
a que tras las próximas elecciones en Euskadi se puede producir un bloqueo como
el que está haciendo que España lleve más de nueve meses con un Gobierno
provisional (una situación ciertamente embarazosa). Mi amigo tenía razón y
varios han sido los medios que han explicado cómo se elige en el Parlamento
Vasco al Lehendakari de Euskadi. Un modelo en el que son los partidos los que
proponen candidatos entre los parlamentarios electos y donde los parlamentarios
votan después de haber escuchado a cada uno de los propuestos la presentación
de sus respectivos programas. Es decir, proponen los partidos, puede haber
varios candidatos, los candidatos tienen que ser parlamentarios y se vota de
entre los propuestos dando un nombre, no un sí o un no.
Un
sistema ciertamente distinto al español y, desde mi punto de vista, más
democrático y eficaz. Sobre todo porque los candidatos los proponen los
partidos políticos y no una institución intrínsecamente antidemocrática como la
monarquía (no creo que sea habitual que la ciudadanía elija a su rey). Pero
también, porque el procedimiento está regulado por un reglamento parlamentario,
lógicamente el del Parlamento Vasco, reforzando el carácter parlamentario de la
democracia vasca, y no nace de un texto legal como la sacrosanta Constitución
Española con la dificultad que, según parece, tiene su modificación para
atender necesidades internas, a pesar de que cuando las peticiones de reforma viene
del exterior se modifique en un "pispás".
No
obstante, entiendo la posibilidad de bloqueo y el "sí o no" al
candidato propuesto por la monarquía. La Constitución nace tras la dictadura,
con una transición donde los herederos del régimen se convirtieron en
"demócratas" sin ni tan siquiera haber hecho un "curso
acelerado" de democracia y sin haber pedido perdón por los crímenes del
franquismo. Hoy mismo se sientan en el hemiciclo español personas que nunca han
condenado el alzamiento contra un régimen democrático como lo era la República.
La propia monarquía era (y es) la sucesora de Franco en la Jefatura del Estado.
No olvidemos que fue Franco quien designó a Juan Carlos I como su sucesor suyo,
a título de rey, dejándolo todo atado y bien atado. Por eso supongo que, ante
la facultad del rey de proponer candidato a la Presidencia del Gobierno y de
que, incluso, la propuesta recayese una persona que no fuese miembro del
Parlamento, alguien pensaría que, por los menos, los parlamentarios debían
reservarse la posibilidad de vetar tal propuesta. La idea me parece lógica. Por
si a alguien no le parece tan lógica, le propongo que piense en cuál debiera
haber sido la posición del parlamento español si tras la dimisión de Adolfo
Suárez, en lugar de proponer a Leopoldo Calvo Sotelo, el rey hubiese propuesto
como candidato a la presidencia al General Armada, como todos sabemos, uno de
los principales actores del 23F.
Siempre
he entendido que los cambios deben realizarse pensando en sus consecuencias por
eso, si los partidos españoles deciden modificar el proceso de elección
de su Presidente, quizás debieran pensar en modificar más de un aspecto.
Donde
creo que hay pocos aspectos que analizar, pero que necesita de una modificación
urgente, es en el hecho de que las Comunidades Autónomas puedan repudiar a los
senadores que han sido elegidos para representarles. Está bien, y creo en ello,
que los titulares de los escaños conseguidos en unas elecciones sean los
propios candidatos y no los partidos proponentes, por cuanto entre la propuesta
del partido y la consecución del escaño median unas elecciones donde los
candidatos dan (o debieran dar) la cara, exponiendo sus propuestas y sus
programas. El caso de los senadores por representación autonómica es un poco
distinto. Aquí también existe una elección entre la propuesta y la obtención
del escaño, pero ésta elección tiene lugar en unos parlamentos con unos
regímenes de sesiones ordenados y que debieran, en determinadas circunstancias,
poder revocar el nombramiento de quienes han elegido para representar a sus
Comunidades. Sobre todo cuando, como en el caso de Rita Barberá, su nombre está
mezclado en cantidad de casos de corrupción que están a punto de enfrentarla a
los tribunales. No es de recibo que todos los grupos políticos con representación
en las Cortes Valencianas, incluido el propio PP que la propuso, hayan votado
la solicitud de dimisión de Rita Barberá como representante de dicha Comunidad
y que dicha resolución parlamentaria no vaya a tener efecto alguno. Claro que
siempre podemos encontrar a quien, como el expresidente de la Junta de
Extremadura Juan Carlos Rodríguez Ibarra, piensa que Rita Barberá no debiera
dejar su escaño. Es posible, incluso, que encontremos algunos que pidan que
dimitan quienes la eligieron. Supongo que serán aquellos que recuerdan lo del
Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita. Lo que pasa es que, hoy en día, no tiene pinta de que en los casos en los que aparece enredada la todavía senadora nadie haya dado nada que la señora Barberá tuviera
derecho a coger. Más bien parece que ha sido ella o el partido del que formaba
parte hasta esta semana la/los que han cogido algo que no debían. Tampoco
parece que estemos hablando precisamente de una Santa. Lo que sí es cierto es
que está bloqueando la posibilidad de que la Comunidad Valenciana pueda elegir
una nueva persona que le represente dignamente en el Senado y que la ciudadanía
que algún día confió en ella está bastante "cogida" y cabreada.
Como
decía mi amigo: Parece mentira que los políticos españoles desconozcan el
sistema político vasco.
Enlaces relacionados:
- La lista de los listos.
- Nuevas elecciones nuevas propuestas de participación ciudadana.
- Regeneración Política.
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