jueves, 28 de mayo de 2015

Cristianos y Abertzales


Recuerdo cuando en las clases de Religión impartidas en la escuela Carlos VII y en el Patronato en Sestao se enseñaba el Catecismo. ¿Eres cristiano?, era una de las primeras preguntas. “Soy cristiano por la gracia de Dios”, era la respuesta correcta. La siguiente pregunta venía seguida, ¿Qué quiere decir cristiano?, y la respuesta no podía esperar ni un segundo, salvo que quisieras optar a un viaje al pasillo para lo que retaba de clase o a un calentamiento inmediato de cara u oreja, según tocase aquél día: “Cristiano quiere decir discípulo de Cristo”. Afortunadamente, nuestros hijos no han sido obligados a estudiar la Religión como asignatura y no sería de extrañar que, si alguien les formulase hoy en día la segunda pregunta, e inmediatamente tratase de enseñarles la respuesta buena (Cristiano quiere decir discípulo de Cristo), la contestación que obtuviera fuese: “Pues entonces no queda ninguno. Jesús tuvo 12 Apóstoles, uno de ellos le traicionó y hace ya varios siglos que murieron”.

            Esta contestación, aunque pudiera resultar impertinente a los oídos de quien formulase la pregunta, sería plenamente coincidente con la primera acepción que la Real Academia de la Lengua Española hace de la palabra discípulo: persona que aprende una doctrina, ciencia o arte bajo la dirección de un maestro. Estoy seguro de que un catequista de hoy en día se esforzaría en explicar que existe una segunda acepción de dicha palabra (persona que sigue la opinión de una escuela, aun cuando viva en tiempos muy posteriores a los maestros que la establecieron) y que, continuaría, un buen cristiano no es sólo aquel que sigue las enseñanzas de Cristo, sino que las trata de poner en práctica en el día a día. No me extrañaría nada si la conversación siguiese por derroteros de qué personas son buenos cristianos hoy en día, si se las ostentaciones de la curia romana son de buen cristiano, si son igual de buenos cristianos los jesuitas y los del Opus-Dei, si Rouco Varela, que pretende echar a unas mojas de una casa para ocuparla él, lo es, etc. Seguro que la conversación daría para mucho.

            A estas alturas cualquiera de mis amigos que esté leyendo este artículo estará pensando que me he dado un golpe en la cabeza, que qué hago yo hablando del catecismo y de la Iglesia. Pero, la realidad es que ha sido uno de ellos el que ha hecho que vengan a mi memoria estos recuerdos y reflexiones. La “culpa” la tiene quien el lunes, tras las elecciones, a modo de provocación dialéctica, en el grupo de WhatsApp de la cuadrilla, escribió: “Hace 2 minutos en TV1: el independentismo ha sufrido una gran derrota, tanto en Cataluña, como en el País Vasco”. Mi respuesta también fue provocadora: “Van a tener razón. Al menos en Euzkadi”.


domingo, 10 de mayo de 2015

Delito Fiscal, Consentimiento Social y Comunidades de Vecinos.

            A pesar de haber transcurrido ya casi un mes, seguro que todavía somos muchos los que recordamos la imagen de Rodrigo Rato siendo ayudado a entrar en un vehículo del Servicio de Vigilancia Aduanera. El, en otros tiempos, Vicepresidente económico del Gobierno de Aznar y ejemplo, para el Partido Popular, de cómo se defendían los intereses de la Hacienda Pública y de cómo se conseguía sacar a un país de la crisis económica, era detenido por quienes en otros tiempos dependían de él. Quien como Director de Fondo Monetario Internacional no supo prevenir la gravísima crisis económica que hemos padecido en los últimos años y de la que todavía no hemos conseguido salir, era acusado de presuntos delitos de fraude y blanqueo de capitales. Quien como Presidente de Bankia llevó a esta entidad a tener que solicitar ingentes cantidades de dinero público para evitar su quiebra después de haber engañado a cantidad de personas con la emisión de las “Preferentes” y de haber promovido una más que dudosa salida a Bolsa de la entidad, aparecía en todas las informaciones como una de las personas que se podrían haber acogido a la amnistía fiscal concedida por el Gobierno de Mariano Rajoy. Seguro que la imagen pasará a engrosar la listas de las que son frecuentemente utilizadas en telediarios y reportajes televisivos para analizar hechos del pasado. La noticia se lo merece.

            Pronto se pusieron en marcha los mecanismos de control político. La oposición en pleno reclamó formalmente la dimisión de Cristóbal Montoro, en otros tiempos su mano derecha y, según algunas informaciones, instigador de la detención de quien fuera su jefe y amigo, adelantándose a otras posibles actuaciones de órganos judiciales, menos controlables en el tiempo, que podrían afectar en mayor modo a la imagen de su partido y de su Gobierno. Imagen, ya suficientemente deteriorada por la sucesión de casos de corrupción vinculados al Partido Popular. Pedro Sánchez, Secretario General de PSOE, intervino en persona en la sesión de control al Gobierno, celebrada la semana siguiente, reclamando a Mariano Rajoy la publicación de las listas de las personas acogidas a la amnistía fiscal de 2012 y criticando dicha medida. La respuesta del Presidente no se hizo esperar. Espetó al líder socialista que la amnistía promovida por su gobierno era similar a la que habían puesto en marcha gobiernos socialistas en 1984 y 1991, que había obtenido mejores resultados económicos y que los socialistas en aquellos años tampoco publicaron las listas de quienes se acogieron a aquellas medidas, para finalizar añadiendo que los socialistas en aquellos casos lo habían hecho bien porque habían cumplido la ley que impedía dar esos datos y que él también la pensaba cumplir.

            Es aquí donde uno empieza a no entender nada. Me parece muy bien que se cumplan las leyes. ¡Faltaría más! Pero, ¿cuál es el quid de la cuestión en este caso? ¿que lo diga una ley? o ¿que lo diga porque alguien conscientemente ha legislado para que así sea y no lo quiere cambiar?. Eso es precisamente lo que pretende con unas elecciones, ¿no?:  conseguir la mayoría suficiente para proponer leyes que transformen la sociedad en el sentido que determina la idea o la praxis política de quien la obtiene. Por lo tanto, si no se quiere entregar la lista de defraudadores es porque se legisla para ello. Y si se quiere, se propone modificar las leyes vigentes si dificultan tal voluntad. Tan sencillo como eso.