Recuerdo cuando en las clases de Religión impartidas
en la escuela Carlos VII y en el Patronato en Sestao se enseñaba el Catecismo. ¿Eres cristiano?, era una de las
primeras preguntas. “Soy cristiano por la
gracia de Dios”, era la respuesta correcta. La siguiente pregunta venía
seguida, ¿Qué quiere decir cristiano?,
y la respuesta no podía esperar ni un segundo, salvo que quisieras optar a un
viaje al pasillo para lo que retaba de clase o a un calentamiento inmediato de
cara u oreja, según tocase aquél día: “Cristiano
quiere decir discípulo de Cristo”. Afortunadamente, nuestros hijos no han
sido obligados a estudiar la Religión como asignatura y no sería de extrañar
que, si alguien les formulase hoy en día la segunda pregunta, e inmediatamente
tratase de enseñarles la respuesta buena (Cristiano quiere decir discípulo de
Cristo), la contestación que obtuviera fuese: “Pues entonces no queda ninguno. Jesús tuvo 12 Apóstoles, uno de ellos
le traicionó y hace ya varios siglos que murieron”.
Esta contestación, aunque pudiera
resultar impertinente a los oídos de quien formulase la pregunta, sería
plenamente coincidente con la primera acepción que la Real Academia de la
Lengua Española hace de la palabra discípulo: persona que aprende una doctrina,
ciencia o arte bajo la dirección de un maestro. Estoy seguro de que un
catequista de hoy en día se esforzaría en explicar que existe una segunda
acepción de dicha palabra (persona que sigue la opinión de una escuela, aun
cuando viva en tiempos muy posteriores a los maestros que la establecieron) y
que, continuaría, un buen cristiano no es sólo aquel que sigue las enseñanzas
de Cristo, sino que las trata de poner en práctica en el día a día. No me
extrañaría nada si la conversación siguiese por derroteros de qué personas son
buenos cristianos hoy en día, si se las ostentaciones de la curia romana son de
buen cristiano, si son igual de buenos cristianos los jesuitas y los del
Opus-Dei, si Rouco Varela, que pretende echar a unas mojas de una casa para
ocuparla él, lo es, etc. Seguro que la conversación daría para mucho.
A estas alturas cualquiera de mis
amigos que esté leyendo este artículo estará pensando que me he dado un golpe
en la cabeza, que qué hago yo hablando del catecismo y de la Iglesia. Pero, la
realidad es que ha sido uno de ellos el que ha hecho que vengan a mi memoria estos
recuerdos y reflexiones. La “culpa” la tiene quien el lunes, tras las
elecciones, a modo de provocación dialéctica, en el grupo de WhatsApp de la
cuadrilla, escribió: “Hace 2 minutos en
TV1: el independentismo ha sufrido una gran derrota, tanto en Cataluña, como en
el País Vasco”. Mi respuesta también fue provocadora: “Van a tener razón. Al menos en Euzkadi”.