Si algo puede decirse de estas elecciones, después
de varios días de análisis por parte de todo el mundo, es que a nadie ha dejado
indiferente. En principio las Elecciones Europeas del pasado 25 de mayo parecían
unos comicios en los que los resultados habría que analizarlos en el Estado en
clave interna (conflicto catalán, consecuencias de la gestión de gobierno,…) y
tendrían una abstención histórica, consecuencia de la lejanía para el ciudadano
de las Instituciones Europeas y el desencanto social con la política y más
concretamente con las medidas anticrisis adoptadas. Sin embargo sus resultados
han provocado un gran shock como consecuencia de la irrupción de Podemos en el
mapa político y las consecuencias a futuro.

Pero, a mí tampoco me han dejado indiferente algunos aspectos de estas elecciones: en primer lugar la campaña electoral. Sí, he dicho que había decidido pasar de ella, pero fue imposible abstraerse de las mareas mediáticas originadas por las declaraciones de Miguel Arias Cañete, tras su debate televisivo con la candidata socialista, y la encerrona preparada al Alcalde de Sestao, Josu Bergara. En ambos casos quedó patente el tic de los partidos políticos en proteger a sus representantes pase lo que pase, aunque con distintos matices.
El candidato popular tardó varios días en pedir
disculpas y fue disculpado por su partido por el cansancio de la campaña. El
alcalde nacionalista, por su parte pidió disculpas personalmente de forma
prácticamente inmediata ante la ciudadanía en general y ante diversas
asociaciones de inmigrantes de forma individualizada y tanto la candidata de
ese partido a las elecciones europeas, Izaskun Bilbao, como otros representantes de esa
formación que fueron abordados por los medios de comunicación en los últimos
días de campaña recriminaron sus palabras. Además, la ejecutiva del Partido
Nacionalista Vasco en Bizkaia sacó un comunicado censurando también la
actuación de su representante en Sestao, aunque suavizando las palabras con la
indicación de que habían sido manipuladas (cierto), que habían sido dichas en
un ambiente de mucha tensión (cierto) y que había pedido disculpas por ello
(también cierto). Sin embargo, a mi juicio, perdió una magnífica ocasión para criticar
sin paliativo alguno que “a hostias” no
se hace política en ningún país democrático y que ningún representante público
puede alardear de incumplir la Ley. Es más, cualquier manual de ética reclama
la dimisión de quien es pillado en ello, incluido el aprobado por el Gobierno
Vasco dirigido por el propio PNV.
La noche electoral también tuvo interesantes cuestiones que
analizar. En primer lugar, la abstención, contrariamente a lo pensado, fue
inferior a la habida de la las anteriores elecciones 54,16%, frente a 55,10%,
resultando importante para ello lo ocurrido en Catalunya donde en 2009 dejó de
ir a las urnas el 63,06% de los votantes con derecho a hacerlo y el domingo
“sólo” decidió quedarse en casa el 52,37%. En Euskadi, por su parte, la participación
también creció más de tres puntos quedando, sin embargo, 1,3 puntos porcentuales por debajo de la del Estado.
Algo que llama la atención en este punto es que
nadie se cuestione en serio la legitimidad de unas elecciones en las que en el
conjunto de Europa va bajando la participación elección tras elección y donde
países como Eslovaquia han elegido a sus representantes el 19,64% de los
ciudadanos con derecho a voto. En gestión de personas es famosa la frase de que
“un buen líder es aquel que dice hacia donde hay que ir y todo el mundo le
sigue”. En el tema de la construcción europea (de esta construcción europea)
parece que hay muchos que se llaman líderes diciendo hacia donde hay que ir,
pero la mayor parte de la ciudadanía decide quedarse en casa a la hora de
elegirles. Una cuestión que para mí tiene mayor transcendencia en Euskadi donde
llevamos 36 años proclamando que la Constitución Española no la aprobó el
Pueblo Vasco por que la mayor parte de sus ciudadanos decidió abstenerse.
La hora de
los resultados también dejo lugar para unas notas. El Partido Popular siguió
con el tipismo de las noches electorales destacando que habían ganado las
elecciones frente a los socialistas y ocultando la sangría de votos que
habían dejado en el camino. Los socialistas, sin embargo, no podían ocultar la
suya y tanto la candidata del PSOE en estas elecciones, Elena Valenciano, como
el Secretario General del PSE, Patxi López, reconocieron inmediatamente una
derrota sin paliativos. En Catalunya, además del ya mencionado incremento de la
participación, era noticia la victoria de Esquerra Republicana y el fuerte
apoyo recibido por los partidos favorables a la consulta sobre la relación
Catalunya-Estado. ¿Y en Euskadi?
En Euskadi había dos ganadores: el PNV, que había ganado
en la Comunidad Autónoma Vasca y en los 7 Territorios Vascos, y EH Bildu, que
lo había hecho en Hego Euskal Herria. Los herederos políticos de Herri Batasuna
“reconocían” electoralmente un ámbito territorial que no reconocen en el
quehacer diario de su política y ocultaban los primeros signos de cansancio de
sus electores en municipios donde ejercen el gobierno. El Partido Nacionalista
Vasco hacía alarde de su hegemonía en la Comunidad Autónoma olvidado que la
victoria de su principal contrincante electoral en Araba y Gipuzkoa puede
trastocar seriamente el equilibrio de fuerzas en las próximas elecciones
Forales, que el papel de las siglas PNV en Navarra es meramente simbólico
(2,52%) y que la victoria en los 7 Territorios de Euskadi era simplemente porque
EH Bildu, en otro alarde de “coherencia política” no había presentado
candidatura en Ipar Euskal Herria.
No obstante, lo más importante se ha producido en los
días siguientes a las elecciones. La descomposición en cadena de la
organización socialista con la renuncia del Secretario General del PSOE,
Alfredo Pérez Rubalcaba, a la que le seguían, de momento, la de los Secretarios
Generales de Navarra y Euskadi, con la consiguiente convocatoria de Congresos
Extraordinarios. Unos hechos que, junto con la probable elección de su nuevo
líder por sufragio directo de sus militantes parecen reconocer abiertamente que
la irrupción de Podemos de la mano del tertuliano Pablo Iglesias en la escena
política ha conseguido que se empiecen a desperezar los grandes partidos
tradicionales.
No comparto las ideas de Pablo Iglesias y menos su
intento de proletarización de la actividad política, que como ya apunté en el
post “Regeneración
Política” lo único que conseguirá es que cada vez sean menos las personas
válidas que se decidan a dar el paso a participar en la gestión de lo público.
Pero hay que reconocerle el mérito de haber conseguido más de 1,2 millones de
votos y obligar a pensar al resto que ya nada volverá a ser como antes.
Creo que ha habido un problema de instrumentos y
fines y que los problemas de desafección de los ciudadanos por la política se han dado cuando los partidos y las
Instituciones se han convertido en un fin en sí mismos y han dejado de ser
instrumentos al servicio de las ideas que representan y de los ciudadanos a los
que tienen que dar soluciones. Ese parece ser el camino que quiere seguir
Podemos y, evidentemente habrá que contrastar en el futuro, más si les llega la
hora de ejercer el poder en el futuro en alguna instancia. Pero si, como los
malos estudiantes, los partidos tradicionales piensan que han tenido un mal día
y que están suficientemente preparados para que nada de esto les afecte sin
necesidad de replantearse nada, corren el gravísimo riesgo de que, la próxima
vez que se examinen, los ciudadanos, haciendo uso de su derecho a decidir, les
otorguen un soberano suspenso.
Unas elecciones de la que nadie esperaba nada y en
las que nadie, aparentemente, se jugaba mucho, han hecho que se derrumbe la
estructura ejecutiva del partido más viejo del Estado. ¿Quién será el
siguiente?
El derrumbe de la estructura ejecutiva del partido más viejo del Estado se venía barruntando hace tiempo, estas elecciones sólo han sido la excusa, ni siquiera la puntilla.
ResponderEliminarY en relación al análisis electoral, hay dos cuestiones que me hacen afirmar que estos resultados no son extrapolables a otras contiendas; la moderada abstención y la intencionalidad del voto de muchos electores, la del castigo.